Ergo Proxy (エルゴ プラクシー): un viaje en el tiempo, desde Romdo al pasado

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Más de una década después de su lanzamiento, «Ergo Proxy» (エルゴ プラクシー) sigue siendo una de las series más reconocidas y valoradas, todo un clásico de la animación japonesa. Hoy analizamos lo que se esconde detrás del fantástico argumento de este éxito, que va más allá de la mera ciencia ficción para adentrarse en ámbitos filosóficos y de la mitología.

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Taketori monogatari: El cuento del cortador de bambú

Tal es la importancia de El cuento del cortador de bambú (Taketori monogatari) que la misma Murasaki Shikibu, autora del celebérrimo Genji monogatari, consideró a esta breve obra como «el padre de todos los monogatari». Y no es para menos, pues este relato anónimo de principios del siglo X sentaría las bases para el género narrativo monogatari, que hallaría su época de máximo esplendor en el período Heian (794-1185).

Taketori Monogatari, (The Tale of Bamboo Cutter) by Ogata Gekko

Pese a que su título parece dar a entender que el protagonista principal de la historia es masculino, quien en realidad marca el ritmo de la narración no es otra que una mujer, la princesa Kaguya, fémina poco usual para los cánones de la época, pues a su carácter indomable se suma su resistencia a contraer matrimonio. Este es el principal motivo de que la princesa conduzca a las más arriesgadas e imposibles de las aventuras a sus pretendientes, entre los que se encontrará el mismísimo emperador del Japón, que tampoco escapará del hechizo de la sublime belleza de la joven. Sin embargo, la extraordinaria naturaleza de la princesa Kaguya, que ya se prefigura desde el primer momento debido a las circunstancias de su extraordinario nacimiento (pues el leñador la encontró en el interior del tronco de un bambú cuando era tan diminuta que cabía en la palma de la mano), será la que determine la conclusión de la historia.

One Hundred Aspects of the Moon - Princess Kaguya by Tsukioka Yoshitoshi, 1888.

El cuento del cortador de bambú fue escrito con el silabario autóctono japonés kana, y no en chino —idioma de escritura habitual en los medios oficiales, tanto políticos como administrativos, de la época—, con un estilo sencillo y coloquial por sus abundantes diálogos, aunque se desconoce a ciencia cierta cuándo fue creada y por quién. En cuanto a la primera incógnita, se tiene constancia fehaciente de la existencia del Taketori monogatari en los inicios del siglo X gracias a que se hace mención al cuento en el Yamato monogatari, cita que permite ponerlo en relación con el emperador retirado Uda (867-931) y la celebración de una fiesta de contemplación de la Luna que tuvo lugar en el año 909. No obstante, existen también otras alusiones relacionadas con la actividad del monte Fuji  —que aparece al final del cuento— que podrían adelantar la fecha estimada de composición de la narración unos pocos años.

Emperador Uda

Por su parte, también la autoría de El cuento del cortador de bambú permanece envuelta en el misterio. Se han barajado varios nombres a quien atribuir la autoría del relato, entre los que pueden mencionarse Minamoto no Shitagō (911-983), el monje y poeta Henjō (816-890), algún miembro del clan Imbe, el poeta Ki no Haseo (845-912), e incluso también se ha especulado que pudiera tratarse de alguien perteneciente a alguna facción política opuesta al emperador Tenmu (631-686).

Minamoto no Shitagou

Sea como fuere, lo que resulta indiscutible es el carácter lúdico —aunque muy probablemente dirigido a un público culto— y el tono sarcástico que predomina a lo largo de todo el relato, cuyas raíces, sobre todo en cuanto a elementos fantásticos se refiere, se hunden en otras tradiciones folclóricas asiáticas.

Toyohara Chikanobu, Princess Kaguya - Collection of Mt. Fuji, 1891.

 

Referencias:

KEENE, D., Seeds in the Heart: Japanese Literature from Earliest Times to the Late Sixteenth Century, New York: Columbia University Press, 1999 (A History of Japanese Literature, Vol. I).

ANÓNIMO, El cuento del cortador de bambú, Valencia: Chidori Books, 2014.

 

La Restauración Meiji

En los primeros años del siglo XIX Japón no había logrado vencer los síntomas de agotamiento del sistema de gobierno militar Tokugawa. A los factores internos (hambre y descontento social, dificultades económicas, endeudamiento de la clase samurái, etc.) ahora vendría a sumarse la presión ejercida desde el exterior. Rusia estaría entre las primeras potencias que intentarían romper el aislamiento de Japón al aproximarse a Hokkaidô. Por su parte, ya en 1808 el buque de guerra inglés Phaeton se había acercado al puerto de Nagasaki. Diez años después, en 1818, sería Edo el destino de otro navío británico que buscaba garantizar el abastecimiento de víveres y aguada para los balleneros de su nacionalidad que se acercaran a las costas japonesas. El Bakufu, sin embargo, se mostró reacio a cualquier concesión comercial, decretando en 1825 la expulsión de todo barco extranjero atracado en sus puertos (aunque sí que se transigió en la concesión de ayuda a los barcos extranjeros que la necesitaran).

Los balleneros estadounidenses, al igual que los británicos, también tenían interés en la pesca en las aguas próximas a Japón y en el abastecimiento de sus barcos en los puertos nipones. Como el envío de sendas misiones en 1837 y 1846 resultó del todo infructuoso para establecer tratos comerciales con el Japón, Estados Unidos resolvió utilizar medidas más intimidatorias para lograr sus objetivos. El 8 de julio de 1853 el comodoro Matthew C. Perry irrumpió en la bahía de Edo al mando de cuatro navíos de guerra. Perry era el portador de una carta del presidente norteamericano Fillmore en la que se reclamaba el derecho a entrar en los puertos japoneses, así como el establecimiento de relaciones comerciales entre los dos países. Tras hacer aceptar a la fuerza la carta de su presidente, Perry partió, anunciando su regreso al cabo de un año. Consciente el gobierno Tokugawa de la imposibilidad de hacer frente al ultimátum de Estados Unidos, se dispuso a pedir consejo a las altas esferas militares, así como al emperador, abriéndose de esta manera una primera puerta hacia la restauración de la autoridad política de la Casa Imperial.

El comodoro Perry, como había anunciado, regresó a comienzos de 1854, pero esta vez al mando de cuatro buques de guerra (“barcos negros”). El Bakufu no tuvo más remedio que claudicar ante sus exigencias. Por el Tratado de Kanagawa, firmado en ese mismo año de 1854, se autorizó a los barcos americanos a atracar en los puertos de Hakodate y Shimoda (ciudad en la que quedaría instalado un cónsul estadounidense), se prometió ayuda a los navíos que la solicitaran, a la vez que se reconoció a Estados Unidos como “nación más favorecida”. Inglaterra, Rusia y Francia no tardarían en firmar tratados similares con Japón, que de esta manera rompió el aislamiento (sakoku) en que había vivido por más de dos siglos. La apertura del Japón al mundo exterior, no obstante, trajo consigo la crisis política interna y la desintegración del Shogunato como sistema de gobierno a lo largo de un convulso período que ha dado en llamarse Bakumatsu, o fin del Bakufu.

En 1856 el estadounidense Townsend Harris era enviado por su gobierno para negociar un nuevo tratado comercial. Con el fin de convencer a los dirigentes militares reticentes al acuerdo se procedió a solicitar la opinión del emperador, aviniéndose a acatar su decisión, pues se esperaba que fuera favorable. Sin embargo, para sorpresa del Bakufu, el emperador, bajo la influencia de consejeros pro-aislacionistas, no dio el visto bueno al tratado. Con todo, a pesar de la negativa imperial, en julio de 1858, por iniciativa del consejero Ii Naosuke, se firmaba el Tratado de Amistad y Comercio entre Japón y Estados Unidos, por el que se concedieron a este último grandes prerrogativas: además de rebajar aranceles y de abrir cinco puertos al comercio exterior, desde 1862-63 en Edo y Ôsaka se permitiría la presencia de extranjeros, los cuales gozarían del privilegio de extraterritorialidad y de libertad de culto. Como en la ocasión anterior, Inglaterra, Francia, Rusia y Países Bajos seguirían los pasos de los americanos al firmar acuerdos similares con el gobierno nipón, que pese a consolidar así sus relaciones diplomáticas con occidente, habría de hacer frente a partir de ahora a las fuerzas pro-imperiales y anti-aperturistas que no aprobaban ni la actuación ni el gobierno del Shogunato.

Es en estos momentos cuando hicieron su aparición sentimientos de corte nacionalista apoyados en los conceptos de sonnô (“reverencia al emperador”) y jôi (“expulsar a los bárbaros”) que arraigaron especialmente en un abanico social que incluía a jóvenes samuráis y clases medias frustradas ante las perspectivas que ofrecía el Bakufu, “señores de fuera” (principalmente los de Chôshû, Satsuma y Tosa), pero también en Mitô, rama colateral de los Tokugawa. Algunos de estos descontentos, sin embargo, no se mostraban tan radicales en sus planteamientos, aceptando la ciencia occidental, que reconocían más adelantada.

Por su parte, el emperador Kômei finalmente se avino a aceptar la postura del Bakufu en una política que recibió el nombre de kôbugattai (“alianza de la corte con los militares”), sellada en 1862 con la boda de Kazunomiya, hija menor del emperador, con el shôgun Iemochi.

La reticencia de Chôshû y Satsuma a la política aperturista gubernamental condujo a que ambos atacaran a todos los barcos occidentales que se acercaran a sus costas en los años 1863 y 1864. Las represalias no tardaron en llegar, pues pocos días después tanto Chôshû como Satsuma (responsable de la muerte de un ciudadano británico en el llamado Incidente de Namamugi) tuvieron que soportar el cañoneo de las fuerzas occidentales. La lección fue aprendida de inmediato: Chôshû comenzó la modernización de su ejército, mientras que Satsuma haría lo propio con su marina. Pero en esos mismos años tenían lugar otros preocupantes sucesos. En agosto de 1863 extremistas Chôshû avanzaron hacia Kyôto, aunque fueron obligados a retroceder. Justo un año después, el clan Chôshû volvió a intentar una vez más entrar en la capital imperial, pero nuevamente fueron rechazados. En estas circunstancias el pacto kôbugattai comenzó a debilitarse, mientras los clanes Chôshû y Satsuma acabaron por aliarse en secreto a principios de 1866, algo que para el Shogunato resultaba tremendamente peligroso por la alta proporción de samuráis con que contaba Satsuma, que además era el segundo clan más numeroso.

El Bakufu se propuso desembarazarse de la molestia que le suponía el clan Chôshû, para lo cual puso en marcha contra él una campaña en el verano de 1866. La ofensiva, al no poder contar con el clan Satsuma, no sólo fue un fracaso, sino que además condujo a la muerte al shôgun Iemochi. Su sucesor, Tokugawa Keiki, dio la ofensiva por concluida.

Entre tanto, el emperador Kômei, a pesar de verse presionado por los consejeros más extremistas, se mantuvo firme en su negativa a despachar fuera de la corte a los consejeros partidarios de mantener la alianza con el gobierno militar. La muerte del emperador a finales de 1866 franqueó el camino para que los consejeros contrarios al shôgun pudieran desplegar su influencia sobre el nuevo emperador Meiji Mutsuhito (1867-1912), un joven de tan solo quince años. Los detractores del kôbugattai -Saigô Takamori (Satsuma), Ôkubo Toshimichi y Kido Kôin (Chôshû)- se unieron para presionar al emperador para que tomara medidas militares contra el Bakufu. Para evitar el derramamiento de sangre que supondría el uso de la fuerza, el clan Tosa intervino ante el Bakufu, logrando convencer al shôgun Tokugawa Keiki para que devolviera voluntariamente el poder político al emperador en noviembre de 1867, el cual, a principios de 1868 trasladó la residencia de la corte a Edo (a partir de ahora Tôkyô) dando así comienzo la Era Meiji y poniendo fin al largo gobierno militar que había conducido la vida del país durante siglos.

La transición definitiva hacia una nueva fórmula de gobierno y de sociedad no se llevaría sin sobresaltos, pues los decretos que se publicarían a partir de ahora iban a chocar con los usos arraigados durante generaciones en la conciencia de los japoneses. Todavía se declararían algunos levantamientos. Entre ellos, el más famoso es sin duda el protagonizado por Saigô Takamori de Satsuma en 1877. Su intención era llegar hasta Tôkyô. En su marcha hacia el norte se le fueron uniendo multitud de antiguos samuráis insatisfechos con los cambios y con las oscuras perspectivas que les aguardaban. El ejército de cuarenta y dos mil samuráis de Saigô fue frenado en su avance y vencido finalmente por el moderno ejército imperial compuesto por plebeyos. Ante la derrota y la humillación sufridas en la batalla de Shiroyama, Saigô decidió suicidarse haciéndose el seppuku. Moría así el último samurái.

A pesar de todas las dificultades y de las turbulencias internas desatadas por las reformas, no había marcha atrás. El gobierno Meiji acabó por consolidarse e introdujo a Japón de lleno en la era contemporánea.

Bibliografía

HANE, M.,  Breve historia de Japón, Madrid: Alianza Editorial, 2006.

KONDO, A. Y., Japón. Evolución histórica de un pueblo (hasta 1650), Hondarribia: Nerea, 1999.

MARTÍNEZ SHAW, C., Historia de Asia en la Edad Moderna, Madrid: Arco Libros, 1996.

PAREDES, J. (coord.), Historia Universal Contemporánea I. De las Revoluciones Liberales a la Primera Guerra Mundial, Barcelona: Ariel, 2004.

TURNBULL, Stephen, Samuráis: La historia de los grandes guerreros de Japón, Madrid: Libsa, 2006.

Ilustraciones y fotografías: Wikipedia, Wikimedia Commons.

 

 

 

La cultura durante el Bakufu Tokugawa

La era Genroku (1688-1704) marca el momento álgido de un floreciente período cultural que se extenderá a lo largo de todo el siglo XVIII y que se concentrará principalmente en los núcleos urbanos, sometidos a un constante y espectacular crecimiento durante el Bakufu Tokugawa. Los chônin (comerciantes y artesanos), protagonizarán esta eclosión cultural gracias a una holgada posición económica derivada de su trabajo y que contrastaría con los signos de crisis que empezaban a detectarse de manera evidente en la generalidad del país.

Tres ciudades destacarían por encima de todas: Kyôto, Ôsaka y Edo, en torno a las cuales crecerían barrios de placer, con sus burdeles, casas de té y salones de espectáculos, destinados a satisfacer los deseos hedonistas de esa clase acaudalada que gustaba de una vida suntuosa y libre de preocupaciones que dio en llamarse ukiyo (“mundo flotante”) y cuyas imágenes evocadoras quedarían inmortalizadas por los grandes maestros de xilografías ukiyoe que tan poderosa influencia ejercerían sobre los pintores impresionistas europeos.

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Entre estos relevantes artistas, el primero a destacar es Kitagawa Utamaro (1753-1806), extraordinario retratista de elegantes cortesanas y bellas mujeres sorprendidas en sus tareas cotidianas o compartiendo la intimidad en pareja, como bien queda reflejado en una de sus obras maestras, Doce horas en las casas verdes o en la colección de grabados eróticos publicado bajo el título El poema de la almohada.

Katsushika Hokusai (1760-1849) abarcó muchas temáticas, pero es conocido, sobre todo, por sus paisajes, siendo sus colecciones más renombradas Treinta y seis vistas del monte Fuji (a la que pertenece su estampa más famosa, Ola en alta mar en Kanagawa) y Cien vistas del Fujiyama.

Utagawa Hiroshige (1797-1858), que desarrolló su actividad en los últimos años del período Edo, consagraría su fama como paisajista con la colección Cincuenta y tres estaciones del Tôkaidô, aunque también son muy loables sus Lugares famosos de Kyôto o la serie Sesenta y nueve estaciones del Kisokaidô.

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Aunque hay que tener en cuenta que estos artistas no fueron los únicos, pues no se debe dejar de mencionar, entre otros, a Chôbunsai Eishi (1756-1829), a Suzuki Harunobu (1725-1770), a Isoda Koryûsai (que trabajó de 1765 a 1788), o a Tôshûsai Sharaku, quien se especializó en el retrato de actores kabuki.

Uno de los aspectos que más influyeron en la “democratización” de la cultura experimentada durante el período Edo  fue la amplia alfabetización existente entre las clases urbanas. Esta eclosión cultural, que se reflejó en todos los aspectos de la vida, es especialmente apreciable en el mundo del espectáculo y de las letras. Es el momento de la popularización del sumô y del teatro kabuki, cuyas representaciones atraían a grandes cantidades de espectadores.

Por su parte, el teatro de marionetas o jôruri gozó de especial aprecio entre las clases medias y bajas. Con antecedentes en el Nô, el teatro de títeres encontró a uno de sus más grandes creadores en el dramaturgo Mozaemon Chikamatsu (1653-1725). Nacido en el seno de una familia samurai, cabe suponer el escándalo que supondría el que uno de sus miembros decidiera dedicarse a la por entonces nada prestigiosa profesión de dramaturgo. Chikamatsu, que desarrolló su actividad en Kyôto y Ôsaka, aunque escribió obras para kabuki, destacó especialmente por la revolución que supuso en las artes escénicas del jôruri. En total, escribió más de treinta piezas para kabuki y aproximadamente un centenar para teatro de títeres, de los cuales la mayoría son piezas históricas, mientras que casi una cuarta parte pertenecen a la temática popular. Entre sus obras magistrales encontramos Los amantes suicidas de Amijima y la épica Las batallas de Coxinga.

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La narrativa también gozó de una gran popularidad. Uno de sus más brillantes autores será Ihara Saikaku (1642-1693), natural de Ôsaka. Gran observador de la sociedad que lo rodeaba, supo retratar con ingenio, soltura y grandes dosis de humor el erotismo de la sociedad licenciosa en que vivió, siendo el creador del estilo de novelas llamadas ukiyozôchi, “novelas del mundo flotante”, por estar inspiradas en los barrios de placer. Entre las obras más celebradas de Saikaku encontramos El hombre que pasó la vida enamorado y Cinco amantes apasionadas.

Aunque Ueda Akinari (1734-1809) también fue autor de obras ukiyozôchi de calidad, se le conoce principalmente por ser uno de los mejores autores de novelas de misterio y fantásticas de la literatura japonesa. Akinari, que fue adoptado por una familia de ascendencia samurai, sería comerciante, médico, sabio y erudito, pues toda su vida la dedicó al estudio, tanto de los clásicos chinos como japoneses, de los que era un gran conocedor, como bien puede apreciarse a lo largo de sus imaginativas narraciones, plagadas de referencias a los clásicos. Así mismo, además de emplear una prosa magistral en sus escritos, Akinari también despliega un humor característico, como el que le permite emplear pseudónimos en los que ironiza con las taras físicas que le dejó una enfermedad durante su infancia. Entre los ukiyozôchi más famosos de Akinari están sus primeras obras, en las que sigue los pasos de Saikaku: Cuentos mundanos sobre las diversas habilidades y Caracteres mundanos de las concubinas. Aunque hay que señalar que Akinari, como reflejo de sus inquietudes intelectuales, cultivó varios géneros literarios, entre sus historias fantásticas brilla con luz propia Cuentos de lluvia y de agua (Ugetsu monogatari), llevada al cine de forma magistral en 1953 por Mizoguchi Kenji.

La poesía japonesa vivió una época dorada durante los siglos XVII y XVIII. Aunque su nacimiento se produzca en el siglo anterior, será ahora cuando se desarrolle una nueva forma poética, el haikai, y lo hará gracias a uno de los más grandes poetas de todos los tiempos: Matsuo Bashô (1644-1694). Basho_by_Buson_01La estrofa inicial de la renga o estrofa encadenada recibía el nombre de hokku, el cual, cuando se convirtió en una estructura independiente, daría lugar al haiku de 17 sílabas. Sin embargo, debemos puntualizar algunos detalles. Si bien en ocasiones se confunden los términos de hokku y haikai, la diferencia radica en que el haikai es la estrofa encadenada libre que impuso la escuela de Bashô, cuya denominación moderna es haiku. Perteneciente también a la clase samurai por nacimiento, Bashô prefirió dedicarse a las letras antes que a las armas. Pronto reunió en torno suyo a un grupo de discípulos, seducidos por el estilo peculiar de su maestro. Bashô, influido profundamente por el Zen, siempre sostuvo que el haiku debía revelar sólo lo necesario, cuanto menos, mejor, dejando que la sugestión completara las evocadoras imágenes que, a base de pinceladas, permitían plasmar en el poema esa verdad captada en el instante. Entre las inmortales obras de Bashô se encuentra Senda de Oku, delicioso diario, intercalado de inolvidables poemas, que relata el cuarto de sus viajes, realizado poco antes de que la muerte lo sorprendiera.

Poco es lo que se sabe de Yosa Buson (1716-1783), el segundo de los grandes creadores de haiku. Más conocido por su actividad como pintor, del que se conservan algunas obras maestras como el Biombo de la Palma o Sotetsu, el joven Yosa Buson fue discípulo de Hayano Hajin, quien a su vez había tenido por maestro al gran Bashô. Más adelante fundaría una Asociación de Haiku compuesta por antiguos discípulos de Hayano Hajin y que recibiría el nombre de Sankasha. Pese al reconocimiento que recibió al ser nombrado sucesor de su maestro Hajin, su poesía cayó posteriormente en el olvido, no siendo redescubierto el refinamiento y belleza poéticos de Yosa Buson hasta mucho tiempo después.

En Kobayashi Issa (1763-1827) reconocemos al último de los grandes compositores de haiku del período Edo. La vida de Issa estuvo repleta de sinsabores que marcaron tanto su existencia como su obra. La primera desgracia que tuvo que afrontar fue la muerte de su madre a edad muy Kobayashi_Issa-Portraittemprana. Su padre contrajo segundas nupcias, y tanto su madrastra como su hermanastro le traerán nuevas dificultades, sobre todo de índole económica, pues los problemas en torno a la herencia de su padre (que no se resolverían hasta 1813) serán los principales responsables de que Issa se vea obligado a llegar una vida humilde, pese a que su familia gozara de una posición acomodada. La vida conyugal tampoco traerá una felicidad definitiva a pesar de sus tres matrimonios. Sólo en sus últimos años de vida parece que Issa logró algo de paz espiritual. Kobayashi Issa, como Yosa Buson, no gozaron de mucha popularidad en su época pese a la calidad de su producción. En los poemas de Issa, espontáneos y nada convencionales, quedan retenidos elementos muchas veces extraños a la tradición poética japonesa, tales como las personas menos favorecidas de la sociedad (con los que se identifica debido a sus circunstancias biográficas) o, incluso, elementos feos o desagradables, llegando a transmitir su peculiar manera de observar la naturaleza y el mundo que lo rodea un sentimiento de melancolía y nostalgia difícil de explicar pero tremendamente fácil de percibir a través de su lectura.

Finalmente, para concluir estas líneas dedicadas a la cultura del período Edo, mencionaremos brevemente el esplendor que alcanzaron las artes plásticas tradicionales, en las que se incluyen tanto la pintura cerámica, el lacado y las delicadas pinturas de biombos y paneles, en la que destacaron por su exquisitez tanto Ogata Kôrin (1658-1716) como Maruyama Ôkyo (1733-1795).

Maruyama_Okyo,_Cranes,_1772,_Los_Angeles_County_Museum_of_Art,

Bibliografía

BASHÔ, M., Senda hacia tierras hondas (Senda de Oku), Hiperión, Madrid, 2005.

BUSON, Y., Selección de jaikus, Madrid: Hiperión, 2005.

CHIKAMATSU, M., Los amantes de Amijima, Madrid: Trotta, 2000.

COLLCUT, Martin; JANSEN, Marius; KUMAKURA, Isao, Japón: el Imperio del Sol Naciente: Atlas culturales del mundo, vol. 2, Barcelona: Folio, 1995.

FAHR-BECKER, G. (ed.), Grabados japoneses, Munich: Taschen, 1999.

HANE, Mikiso,  Breve historia de Japón, Madrid: Alianza Editorial, 2006.

ISSA, K., Cincuenta haikus, Madrid: Hiperión, 1997.

KEENE, D., La literatura japonesa, México; Buenos Aires: Fondo de Cultura  Económica, 1956.

KONDO, Agustín Y., Japón. Evolución histórica de un pueblo (hasta 1650), Hondarribia: Nerea, 1999.

MARTÍNEZ SHAW, Carlos, Historia de Asia en la Edad Moderna, Madrid: Arco Libros, 1996.

SAIKAKU, I., Cinco amantes apasionadas, Madrid: Hiperión, 1993.

TURNBULL, Stephen, Samuráis: La historia de los grandes guerreros de Japón, Madrid: Libsa, 2006.

UEDA, A., Cuentos de lluvia y de luna, Madrid: Trotta, 2002, pp. 18-30.

Ilustraciones: Wikipedia, Wikimedia Commons, You Tube, Museo Nacional de Tokyo, The Metropolitan Museum of Art, The Los Angeles County Museum of Art.

Luces y sombras de la paz Tokugawa

Tokugawa Ieyasu había sido aliado de Oda Nobunaga. Aunque a la muerte de éste acató la autoridad de Toyotomi Hideyoshi, bajo cuyo gobierno ascendió en el escalafón político hasta colocarse al frente de los cinco máximos consejeros de su gobierno, la muerte de Toyotomi en 1598 marcó el comienzo de una nueva lucha por el poder, que quedaría sentenciada tras la victoria de Tokugawa Ieyasu en la batalla de Sekigahara (1600). Tres años después, en 1603, será nombrado shôgun por el emperador, a pesar de lo cual, los partidarios de Toyotomi Hideyori, hijo de Hideyoshi, no serían definitivamente derrotados hasta 1615, tras la batalla de Tennoji.

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Una de las primeras decisiones de Tokugawa Ieyasu como shôgun fue trasladar la capital del nuevo gobierno militar a Edo (actual Tôkyô), dentro de sus propios dominios, aunque conservó Kyôto como capital imperial. Una vez vencidos los daimyô partidarios de los Toyotomi, Tokugawa, además de desposeerlos de la mayoría de sus territorios, procedió a una redistribución de feudos, de tal manera que los familiares de Ieyasu y los clanes que habían estado desde antiguo vinculados a los Tokugawa (hudai-daimyô) y cuya fidelidad estaba fuera de toda duda, recibieron las provincias estratégicas más importantes y próximas al nuevo shôgun, mientras que a los daimyô que habían jurado fidelidad a Ieyasu tras Sekigahara (tozada-daimyô o advenedizos) les fueron adjudicadas las provincias más alejadas o bien se los mantuvo bajo control al concederles territorios entre los feudos que controlaban los familiares de Ieyasu, tanto las familias de sus tres hijos (go-sanke), como las de las ramas secundarias del clan (gokamon). En cualquier caso, Ieyasu, se reservó la suficiente tierra como para asegurar su poder económico, ya que la producción de los feudos patrimoniales del clan Tokugawa llegó a suponer un cuarto de la producción arrocera total del país, o lo que es lo mismo, entre 4.500.000 y 5.000.000 de koku.

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A pesar de que Ieyasu no retuvo para sí el título de shôgun más que dos años, pues en 1605 lo traspasó a su hijo Hidetada en señal de que a partir de ese momento el shogunato se transmitiría hereditariamente, no se apartó del poder hasta su muerte en 1616. Proclamada la paz general del país, los Tokugawa impusieron como doctrina oficial el confucianismo (según la versión de Zhu Xi) como medio de potenciar unos valores morales (piedad filial, obediencia a los superiores según la jerarquía establecida, lealtad, etc.) que facilitaran la sumisión al gobierno.

A lo largo de su vigencia, durante el Bakufu Edo (江戸時代, Edo jidai) se llevaron a cabo una serie de reformas que transformaron el país. La más relevante de todas, sin duda, fue la que condujo al completo aislamiento del Japón (sakoku), situación que se mantuvo hasta el siglo XIX y a la que se llegó de una forma paulatina: entre 1609 y 1612 se fueron restringiendo los negocios mercantiles de los daimyô; en 1624 se cortaron las relaciones con España; en 1635 quedó prohibido viajar al extranjero; en 1639 se expulsó a los traficantes portugueses; en 1641 sólo quedaban ya los comerciantes chinos y holandeses, que fueron los únicos que finalmente pudieron seguir negociando en Japón, aunque bajo severas condiciones, pues su actividad quedó restringida al puerto de Dejima, en Nagasaki.

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Dentro de la política aislacionista puesta en marcha se puede incluir la persecución anticristiana que, si bien ya había comenzado con anteriores gobernantes, sería en estos momentos cuando alcanzaría sus más altas cotas. En 1612-1613 Tokugawa Ieyasu tomó las primeras medidas prohibitivas tras descubrir que entre su séquito había cristianos, de los cuales se recelaba por suponerlos un peligro latente de insumisión al régimen. El sucesor de Ieyasu, su hijo Hidetada, reafirmó la prohibición del cristianismo en todo el país en 1616, haciéndose mucho hincapié en que los cristianos conversos apostataran de su fe. En 1623, tenía lugar en Nagasaki el llamado martirio de Genna, en el que fueron asesinados 55 misioneros y cristianos con sus familias. Posteriormente, la rebelión de Shimabara tendría lugar a lo largo de los años 1637-1638. Aunque comenzara por cuestiones ajenas a la religión, los campesinos de Shimabara y Amakusa (Kyûshû) sublevados contra el daimyô Matsukura Shigemasa fueron conducidos por un cristiano, el joven Amakusa Shirô (1621-1638). El tercer Shôgun Tokugawa, Iemitsu, ordenó el aplastamiento inmediato de la sublevación, convertida ya en una guerra religiosa y que se saldó con la muerte de 37.000 personas. Tras estos sucesos, que serían los últimos que perturbaran la paz del período, los cristianos que lograron salvar la vida hubieron de seguir practicando su fe en secreto.

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En el aspecto económico, durante el Bakufu Edo se estableció un nuevo sistema de explotación de la tierra. A partir de ahora todos los terrenos cultivables pasaban a ser propiedad del shôgun, que era quien los distribuía entre los grandes señores siguiendo el criterio que anteriormente se ha indicado. Los campesinos tributarían según un nuevo sistema fiscal basado en el catastro elaborado en tiempos de Toyotomi Hideyoshi y que exigía al agricultor una contribución única anual (kokudaka) que osciló, según la época, entre el 40 y el 50 % de los beneficios de las cosechas. Durante este período se prestará especial atención a la ampliación de la superficie de terreno cultivable y el fomento agrícola (estrechamente vinculado al incremento demográfico experimentado durante el siglo XVII), siendo especialmente destacable en este sentido la labor del shôgun Yoshimune, que al final de su mandato fue reconocido como “el shôgun del arroz” o “el gran restaurador del Bakufu”.

Tokugawa_Yoshimune

Además de contar con un gigantesco patrimonio territorial, el clan Tokugawa aseguró las bases económicas de su poder en el monopolio exclusivo de la explotación minera y acuñación monetaria, así como en el dominio directo de los principales núcleos comerciales, que gozaban de una economía pujante. Porque, contrariamente a lo que cabría haber esperado (al menos al principio), el aislamiento decretado por el shôgun favoreció los intercambios comerciales internos del país al obligar a las diferentes provincias a establecer vínculos económicos entre ellas, de tal modo que se produjo una revitalización de los contactos interregionales. Espectacular fue el desarrollo y crecimiento alcanzado por los núcleos urbanos de este período, ya fuera por razones mercantiles (como Ôsaka y toda la región de Kinki) o por razones burocráticas, caso de Kyôto o la propia capital, Edo, que de ser poco más que un pueblo cuando por primera vez se hizo cargo de ella Tokugawa Ieyasu por orden de Toyotomi, pasó a transformarse en una ciudad de cerca de un millón de habitantes a la altura del siglo XVIII. También alrededor de los castillos provinciales (restringidos por ley a una fortaleza por señor y provincia) continuaron creciendo los nuevos barrios, pues la estructura organizativa creada a nivel nacional se reproducía a escala en cada provincia, cuyas capitales se convirtieron en foco de atracción para artesanos, comerciantes y samuráis, que fijaron allí su residencia.

Al crecimiento de Edo contribuyó de forma indiscutible, el establecimiento por el shôgun del sistema de servicio alterno o sankin kôtai. Este servicio entraba dentro de las diferentes medidas tomadas por los Tokugawa que tenían por único objetivo garantizar la fidelidad de los daimyô y asegurar así el control absoluto de todas las fuerzas militares por el clan gobernante (ya que, pese a la paz decretada, los samuráis continuaban en servicio). El sankin kôtai consistía en la obligación de todos los daimyô a mantener una residencia en Edo (yashiki), en donde debían permanecer siempre, en calidad de rehenes, la esposa e hijos de los daimyô. Éstos debían partir a sus respectivas provincias para el gobierno de sus feudos y sólo en años alternos podían disfrutar de sus familias. El traslado a la capital (y el regreso a las provincias) se realizaba con gran boato por los señores feudales, los cuales debían hacer alarde de su riqueza de manera acorde con su rango, lo que quedaba reflejado en la espectacularidad de los séquitos que los acompañaban. Por la misma razón, la vida en la capital comenzó a requerir la exhibición de artículos de lujo, con lo que los militares se transformaron en consumidores de mercancías suntuosas. Las únicas excepciones al sistema de sankin kotai las encontramos en los daimyô encargados de enclaves estratégicos que necesitaban medidas defensivas o de vigilancia especiales. Eran los casos del daimyô So, a cargo de la isla de Tsushima (entre Japón y Corea), y del clan Matsumae, bajo cuyo gobierno se encontraba el norte de Hokkaidô.

View of Edo_Folding_Screen_Right_17thCentury

Estas nuevas exigencias sociales de la clase militar trajeron como consecuencia su progresivo endeudamiento pues, para mantener el ritmo de vida que llevaban, se vieron obligados a recurrir al préstamo. Otro factor que condujo a esta situación fue la prohibición que pesaba sobre la casta militar para dedicarse a otra actividad que no fuera la castrense, por lo que su economía se redujo a los sueldos en koku de arroz que tenían estipulados y que cada vez se devaluaban más. Los estipendios en koku de arroz variaban mucho según la categoría del samurai, llegando a ser abismal la diferencia entre la cantidad recibida con un samurai de clase alta y la percibida por uno de clase baja (la categoría inferior venía a suponer alrededor del 30 % del total de la casta guerrera, que al final de la era Tokugawa rondaba los 1.800.000 samuráis).

La decisión de apartar a los samuráis (bushi) de toda otra actividad que no fuera la exclusivamente militar (en épocas anteriores sí que habían podido dedicarse a actividades agrícolas en tiempos de paz) vino a consumar el encasillamiento de la sociedad en cuatro clases ya dictaminadas por Hideyoshi y que alcanzarían su máxima expresión bajo el régimen Tokugawa. El orden social impuesto bajo el Bakufu Edo (denominado mibunsei: samuráis, campesinos, artesanos y comerciantes) estaba directamente inspirado por la división de clases del confucianismo chino, con la sola diferencia de que los samuráis ocupaban el lugar de los eruditos confucianos. Además, a partir de ahora, la categoría social vendría definida por el nacimiento, convirtiéndose así en hereditaria. A parte de esta clasificación y de la sociedad quedaban los parias (hinin, eta).

Kisokaido_Nihonbashi_Hiroshige

A la altura del siglo XVIII el sistema Tokugawa ya comenzaba a mostrar los primeros signos de estancamiento. Si durante el XVII se conoció un espectacular crecimiento de la población, el censo realizado en 1721, que dio un total de treinta millones de habitantes, parece que supone la cifra máxima de población que la economía podía sostener, pues a partir de este momento, la demografía permanecerá estable, denotando un estancamiento que se mantendrá en lo sucesivo (salvo en períodos de hambrunas, en los que la población descendía vertiginosamente, como sucedió en la década de 1780, a lo largo de la cual murieron un millón de personas). Del mismo modo, la política de roturación de nuevas tierras se verá frenada durante el siglo XVIII, apareciendo pronto los primeros síntomas del descontento del campesinado, azotado por las hambrunas y los impuestos. Era en estos tiempos de hambre generalizada cuando más proliferaban los disturbios, pudiendo destacarse tres períodos: 1732-33, 1783-87 y 1833-36. Los motines de hambre se cebarían en las corporaciones de comerciantes (que monopolizaban los circuitos arroceros, incluidas las distintas fases de producción y comercialización), tiendas de arroz y casas de empeño, siendo acusados de usura y de especular con el grano. Especialmente graves fueron los motines de Edo de 1787, en el que la ciudad fue saqueada durante tres días, y el de Ôsaka de 1837, en el que una quinta parte de la ciudad fue destruida por el fuego. Las revueltas, por descontado, eran sofocadas sin miramiento. A pesar de ello, el gobierno Tokugawa, consciente del descontento, intentó aplicar medidas que lo remediaran, aunque, invariablemente, no solucionaron el problema de fondo.

Keicho_gold_coinage_Oban_Koban_Ichibuban_1601_1695A pesar de que la clase de los comerciantes y artesanos (chônin) estaban en la base de la pirámide social, económicamente eran el sector más pujante debido a que hacer dinero era su dedicación exclusiva. Concentrados en las ciudades, cuya población alcanzó en torno a los 3 o 4 millones de habitantes en el siglo XVIII, y con una holgada posición económica que contrastaba con la decadencia general, se convirtieron en los protagonistas indiscutibles de la nueva cultura urbana Tokugawa, cuyo período de máximo esplendor se halla en la era Genroku (1688-1704) y que se prolonga a lo largo de todo el XVIII en lo que podríamos llamar un auténtico “siglo de las luces”, en palabras de Carlos Martínez Shaw.

Bibliografía

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TURNBULL, Stephen, Samuráis: La historia de los grandes guerreros de Japón, Madrid: Libsa, 2006.

Ilustraciones: Wikipedia, Wikimedia Commons, National Museum of Japanese History.

 

Azuchi-Momoyama: un período de transición

Sin que hubiera terminado todavía el Período de Estados Combatientes (Sengoku Jidai, 1467-1576), que habría de marcar el final del Bakufu Ashikaga, comenzaría el incremento de importancia de la familia Oda, que en un principio no era de las más relevantes del país. No obstante, su ascenso se produciría a partir del siglo XVI, cuando se hizo cargo de la provincia de Owari, su lugar de origen, concedida por el más poderoso clan Shiga.

Oda_Nobunaga-Portrait_by_Giovanni_NIcolaoCuando en 1551 el joven Oda Nobunaga heredó el feudo familiar llevó a cabo una serie de afortunadas alianzas, entre las que destaca la sellada con el vecino clan de los Tokugawa, señores de Mikawa. Desde que en 1560 Nobunaga venciera a Imagawa Yoshimoto, señor de Suruga, sus conquistas y victorias se hicieron imparables, lo que le permitió avanzar hacia Kyôto, ciudad a donde entró en 1568, deponiendo al shôgun Ashikaga Yoshihide y restaurando a continuación la posición de la Casa Imperial, cuya situación había sido muy precaria. Cinco años después de su entrada en Kyôto, en 1573, Oda Nobunaga ponía fin al Shogunato Ashikaga al deponer a su último shôgun, Yoshiaki, y se declaraba dainagon (consejero imperial), abriendo el período de transición Azuchi-Momoyama (安土桃山時代, Azuchi Momoyama Jidai, 1573-1615), que recibe su nombre de los castillos de los grandes señores de la época: Nobunaga (castillo de Azuchi) y Hideyoshi (castillo de Fushimi-Momoyama).

Castillo_Azuchi

Oda Nobunaga se mostró implacable con sus enemigos, incluidos los templos budistas, que fueron neutralizados a lo largo de la década de 1570. Entre los opositores a Nobunaga se encontraba el clan Takeda, cuya caballería, que gozaba del mayor de los prestigios, sufrió una aplastante derrota en 1575 en la batalla de Nagashino, al ser incapaz de hacer frente a las descargas controladas de los 3000 arcabuceros de Nobunaga, con los que quedarían de relieve las dotes innovadoras de este brillante militar.

Battle_of_Nagashino

Como consecuencia de sus campañas, en unos treinta años, Oda Nobunaga consiguió dominar un tercio de la isla principal de Honshû, incluyendo las provincias más importantes desde el punto de vista económico y político. Los únicos territorios que escapaban a su control eran los dominios de los clanes Môri y Hôjô.

Para asegurar la sumisión de todos los señores feudales Oda procedió a tomar una serie de medidas: además de conceder a sus vasallos más fieles las provincias estratégicas más importantes, decidió una reasignación de feudos para separar a todos los señores de sus respectivos dominios tradicionales en los que contaban con vínculos potencialmente peligrosos; emitió el edicto “Único castillo en un distrito” (Ikkokuichijô), por el que sólo se permitía a cada señor la posesión de un castillo en cada territorio; finalmente, la “Ley de requisición de armas” (Katanagari), como su nombre indica, pretendía limitar la capacidad armamentística de sus opositores.

Japon_Azuchimomoyama

Por otra parte, Oda Nobunaga se mostró muy inclinado a impulsar la economía, para lo cual impuso censos catastrales (sin hacer excepción ni con los nobles ni con los monasterios), estabilizó y saneó la moneda (aunque no llegó a acuñar una nueva moneda única), dictó una serie de reformas liberalizadoras (como la abolición de aduanas y privilegios gremiales para estimular el comercio y la artesanía) y promovió el fomento de los intercambios comerciales interregionales (para lo que, además, se mejoraron las comunicaciones). Sin embargo, procuró mantener bajo su control directo las ciudades más prósperas, como Sakai.

Nobunaga, además, hizo alarde de una mente extraordinariamente abierta hacia todo lo que venía del exterior. Ya se ha mencionado su asimilación de las nuevas armas introducidas por los europeos. La misma actitud mostró hacia los misioneros cristianos, a los que les permitió evangelizar en Japón y edificar seminarios e iglesias, llegando a contabilizarse hasta doscientos templos cristianos hacia el año 1580, según fuentes jesuitas.

Akechi_MituhideNo obstante, Nobunaga no pudo llegar a contemplar la unificación del Japón por él anhelada, pues en 1582 fue asesinado a traición por uno de sus generales, Akechi Mitsuhide. Hideyoshi, brillante general de Nobunaga que había sido enviado por éste hacia Chûgoku como avanzada para el sometimiento del clan Môri, al conocer la noticia de la muerte de Oda, regresó apresuradamente a Kyôto.

Hideyoshi, tras vencer al traidor en la batalla de Yamazaki y darle muerte, se sintió legitimado para continuar la labor de Nobunaga, por lo que decidió asumir el poder bajo el título de taikô o regente. Hideyoshi, a quien le fue concedido el apellido Toyotomi (“enriquecedor del pueblo”) por el Emperador, acabó ascendiendo a los más altos cargos políticos gracias a que logró completar la unificación y pacificación del Japón.

Toyotomi, aprovechando las bases heredadas de Nobunaga, afianzó su posición reforzando los resortes fiscales, administrativos, militares (destaca la construcción del impresionante castillo de Ôsaka) y financieros (control de los principales y más prósperos enclaves del centro de Honshû y de los recursos aportados por sus amplios dominios patrimoniales). Logró acabar con los últimos vestigios de los antiguos señoríos cortesanos medievales, con la consiguiente supremacía absoluta de los señoríos militares (favorecidos aún más si cabe por la desaparición de las clases intermedias que hacían posible unos vínculos de vasallaje más estrechos entre los daimyô y los agricultores). Destacan también otras dos medidas tomadas por Toyotomi. La primera de ellas, la orden de 1588 por la que se procedía a la confiscación de todas las armas que poseyeran todos aquellos que no fueran militares. La segunda disposición vendría en 1591 y, por ella, la sociedad quedaría dividida en cuatro categorías: militares (en la cúspide), agricultores, artesanos y comerciantes. Quedaba así fijada la jerarquía social para los siguientes trescientos años, pues hasta después de la Restauración Meiji no sería modificada.

Toyotomi_Hideyoshi

A pesar de que Hideyoshi siguió los pasos de Oda en lo tocante al fomento de las actividades comerciales, no procedió de igual modo en cuanto a los cristianos, pues consideraba que, debido a su fe, podían poner por delante su sumisión a Dios antes que a las autoridades terrenales. Ya en 1587 prohibió la difusión del cristianismo y ordenó la expulsión de los misioneros, aunque no fue ejecutada de inmediato. Dos años después arremetió contra la Compañía de Jesús. En 1596, al sospechar que los franciscanos (que habían llegado a Japón en 1593) podían traer consigo un intento de imponer la soberanía española a Japón, Hideyoshi ordenó la crucifixión de más de una veintena de cristianos, entre los que se hallaban tanto misioneros como conversos japoneses. En todo caso, esta política anticristiana continuaría bajo los Tokugawa.

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Lograda la unificación de Japón, Hideyoshi se propuso extender su dominio a tierras continentales, para lo cual en 1592 envió un primer contingente militar a Corea. Lo que en principio pareció un favorable comienzo para las tropas niponas (se logró la conquista de Seúl a los escasos veinte días de desembarco), pronto se convirtió en un auténtico descalabro militar, pues los ejércitos japoneses no pudieron hacer frente a las guerrillas coreanas ni a las tropas chinas que habían sido enviadas en apoyo de Corea. La mayor derrota japonesa ocurrió en aguas de Hansando y se debió al almirante coreano Yi Sun-sin. Ante el resultado adverso del intento de conquista, Hideyoshi se inclinó por la firma de una tregua, pero siendo interpretadas como humillantes las condiciones de paz enviadas por China en 1596, al año siguiente, Toyotomi puso en marcha una nueva campaña de invasión de Corea, la cual no obtuvo mejores resultados que la primera. Esta segunda expedición de 1597 tuvo una breve duración, pues al año siguiente, al conocerse la muerte de Hideyoshi, las tropas japonesas se retiraron de Corea, poniendo así fin al sufrimiento y grandes penalidades que estas guerras trajeron a los tres países implicados.

Shogun_Tokugawa Ieyasu_Utagawa_Yoshistora_1873En efecto, en 1598 moría Toyotomi Hideyoshi, dejando el poder a su hijo Hideyori (1593-1615), niño de corta edad, cuya tutoría se encomendó a Tokugawa Ieyasu, que estaba al frente del Consejo de los Cinco Ancianos. Esta circunstancia no impidió que se desatara una encarnizada lucha por el poder que enfrentó al bando del este de Tokugawa contra el bando del oeste, partidario de Toyotomi. La guerra civil quedó zanjada el 21 de octubre de 1600 en la batalla de Sekigahara. El resultado de la batalla, que comenzó al despuntar el día envuelta en una espesa niebla que impidió el uso de la artillería Tokugawa, no quedó claro hasta que el daimyô Kobayakawa Hideaki se pasó al bando de Ieyasu. Con esta victoria decisiva, Tokugawa no tuvo grandes problemas para forzar su nombramiento como nuevo Shôgun por el emperador Goyôzei en 1603 y aplastar al resto de opositores. Nada logró la rebelión de Toyotomi Hideyori en 1614, acantonado en el castillo de Ôsaka. La revuelta acabaría un año después, tras la batalla de Tennoji, y supondría el verdadero comienzo del Shogunato Tokugawa (1615-1867).

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Bibliografía

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Ilustraciones: Wikipedia, Wikimedia Commons, Art Gallery of Greater Victoria.

 

 

 

El Bakufu Ashikaga

Tras su levantamiento de 1333 y la asunción del poder efectivo en 1336, Ashikaga Takauji trasladó la capital a Muromachi (Kyôto). Dos años después, en 1338, el emperador Kômei lo nombró Shôgun, dando así reconocimiento oficial al Bakufu Ashikaga (室町時代, Muromachi Jidai, Período Muromachi), cuya duración se extendería hasta 1573 bajo el gobierno de quince generaciones del clan Ashikaga, que por estar emparentado con la familia Minamoto, clan con el que estaba vinculado el título de Shôgun, podían asumir con legitimidad dicho cargo.

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Aunque el tercer shôgun Ashikaga Yoshimitsu había logrado imponerse en las provincias periféricas, todavía los gobernadores y jefes locales escapaban a su total control. Tras la muerte de Yoshimitsu a principios del siglo XV, se fue extendiendo la costumbre de que los gobernadores militares de las provincias dejaran su cargo en herencia a sus descendientes, al tiempo que se imponía el sistema de mayorazgo (con la consiguiente pérdida de estatus y derechos de las mujeres) y se hacía cada vez más usual que estos terratenientes que dominaban extensos predios (shôen) comenzaran a cobrar impuestos en sus territorios, al tiempo que convertían en sus vasallos tanto a funcionarios locales como a otros señores de inferior categoría. Es así como a mediados del siglo XV empezaba a quedar definida la figura de los grandes terratenientes militares o daimyô (literalmente “grandes apellidos”), que caracterizan la época Muromachi y que a partir de este momento se van a convertir en los protagonistas indiscutibles de la historia japonesa.

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La propensión de los daimyô a extender su dominio sobre otras provincias condujo a que los enfrentamientos entre estos poderosos señores se fueran multiplicando, agudizados por el hecho de que a partir de este período se fue haciendo común la concesión de feudos a los respectivos vasallos a cambio de determinados aportes para los contingentes militares de los daimyô que, de esta manera, contarían con ejércitos privados para sus guerras particulares.

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La enemistad entre los daimyô desembocó en la Guerra Ônin (Ônin no Ran), que habría de durar una década, de 1467 a 1477, en la que se enfrentaron dos grandes familias, Yamana y Hosokawa, durante el shogunato de Yoshimasa. La Guerra Ônin abriría un turbulento período de guerras civiles que se prolongaría a lo largo de más de un siglo y que se conoce con el nombre de Sengoku Jidai o Período de los Estados Combatientes (1467-1573). Ejemplo paradigmático de las guerras intestinas libradas entre los daimyô durante esta etapa podemos encontrarlo en la enemistad que enfrentó a Takeda Shingen y Uesugi Kenshin, los miembros más conocidos de estas dos familias que estuvieron enemistadas a lo largo de cincuenta años.

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Habría que esperar hasta los años sesenta del siglo XVI para que surgiera un guerrero capaz de unificar el país pues, a lo largo de ese siglo de guerras civiles, Japón había quedado desmembrado entre los 142 daimyô más poderosos, atrincherados en sus castillos provincianos. El unificador del país sería Oda Nobunaga (1534-1582), señor de Owari.

Oda Nobunaga

El que finalmente triunfara en la Edad Media japonesa la supremacía del estamento militar no quiere decir que esta clase de guerreros fuera insensible a las artes y la cultura. Bien al contrario, los samuráis (aunque también el pueblo llano) asimilaron rápidamente la filosofía budista. Especialmente afín a los gustos y estilo de vida militares se demostró el budismo Zen, que con su estética austera y elegante –basada en los principios de sabi (soledad), wabi (simplicidad) y yûgen (misterio)- y con su búsqueda de la iluminación (satori) a través de la meditación, aportaba la concentración y disciplina exigidas por el bushidô. También encontramos influencia zen en la ceremonia del té, que se convirtió en refugio de quietud para samuráis y clases privilegiadas.

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En una época militarizada y plagada de batallas, no puede extrañar que todo gran señor edificara castillos para su protección y la de sus dominios. Ésta será la época en que proliferen en las respectivas provincias las grandes construcciones militares, castillos de gigantescas proporciones que se convertirán en formidables fortalezas, muchas veces inexpugnables, alrededor de los cuales irían surgiendo ciudades que, en muchos casos, se convertirían en grandes núcleos urbanos. A modo de ejemplo cabe citar el castillo de Ôsaka, levantado por Toyotomi Hideyoshi, o el castillo de Himeji, Tesoro Nacional del Japón y Patrimonio de la Humanidad. Pero también había espacio para la delicadeza y el refinamiento, como bien lo demuestra el Pabellón Dorado construido por el Shôgun Ashikaga Yoshimitsu a finales del siglo XIV.

Old_painting_of_Himeji_castle

Paralelamente al auge samurái, cobró mayor importancia la fabricación de espadas, cuya forma más conocida es la katana. Para un samurai se convirtió en imprescindible poder manejar una espada de calidad, por lo que la profesión de fabricante de espadas se vio envuelta de un halo misterioso y sacro que aún hoy perdura, a la vez que se instituían prestigiosas escuelas, cuyos más legendarios representantes son los maestros Masamune y Muramasa.

Katana_Masamune

Frente al origen cortesano de la narrativa de la etapa anterior, la literatura del Medioevo japonés se va a caracterizar por su descentralización, en concordancia con la situación política. Asimismo, también cambiará la temática, pues ahora serán preferidas las narraciones épicas que describen los avatares de las grandes familias feudales, al estilo de La historia de Heike (Heike Monogatari), que narra el ascenso y caída del clan Taira.

La influencia del budismo Zen también se dejó sentir tanto en la poesía como en el teatro Nô (que, literalmente, significa “talento”). A mediados del siglo XIV el teatro Nô, en que el se combinaba el canto, la danza y la música, ya había adquirido las características particulares que han perdurado, con escasos cambios, hasta la actualidad. El influjo zen en el Nô puede reconocerse no sólo en la sencillez escénica de que hace gala sino también en el carácter moralizante de las obras. Dentro del conjunto de escritores dedicados a este tipo de representaciones, sus máximos exponentes son Kanami Kiyotsugu (1333-1384) y Seami (o Zeami) Motokiyo (1363-1443), padre e hijo. Debido a la complicación que suponía el completo entendimiento de las obras (por sus constantes referencias poéticas), el Nô acabó por quedar restringido a las esferas cultas de la sociedad, pues eran las únicas que podían realmente apreciarlo en su justa medida. Las clases populares habrían de esperar al teatro jôruri, que florecería más adelante.

Teatro Nô

Por lo que respecta a la poesía, por las exigencias del idioma japonés, hubo de basarse en la cantidad de sílabas que debía contener cada verso, sin consideraciones a rima. Así, los diferentes tipos de poemas japoneses se clasifican en orden a la cuenta del número de sílabas que contienen, destacando el tanka de 31 sílabas distribuidas en cinco versos (5-7-5-7-7) y el más conocido haiku, estrofa de 17 sílabas (5-7-5) en tres versos. La sencillez estructural y temática de los poemas (en la que no podemos dejar de ver un trasfondo zen) condujo a una potenciación del poder sugestivo de las composiciones poéticas, siendo éste uno de los más atrayentes aspectos de la poesía japonesa. Durante los siglos XI y XII, la composición de estrofas encadenadas o renga se convirtió en actividad cotidiana de la corte. Su evolución a lo largo de la época siguiente condujo al haiku, que no fue sino la consecuencia de dotar de independencia estructural a la primera estrofa que componía la renga, llamada hokku. Sin embargo, el máximo desarrollo poético tendría lugar a partir de los siglos XVI, y sobre todo XVII y XVIII, cuando vieran la luz los trabajos de maestros inigualables como Bashô, Buson o Issa, de los que más adelante se hablará.

Nanbansen

Mediado el siglo XVI se produciría un hito histórico cuando en 1543 un barco bajo bandera china encalló en Tanegashima llevando a bordo a los primeros occidentales que pisaban Japón (y que serían apodados con el nombre de nanban, literalmente «bárbaros del sur»). Se trataba del portugués Antonio Damoa. En 1546 llegarían tres naves mercantes, también portuguesas (los mercaderes de esta nacionalidad serían los únicos occidentales que mantuvieron contactos comerciales con los nipones hasta que los españoles hicieron acto de presencia en Japón en 1587). Comenzaba así una época de fructífero comercio (ya se observaban precedentes de esta actividad en la etapa inmediatamente anterior), especialmente en las ciudades portuarias, pero también en torno a las cada vez más prósperas urbes nacidas alrededor de los castillos de los grandes señores feudales, los cuales no dudaron en fomentar el comercio y la artesanía como medio de aumentar sus beneficios. Los productos japoneses más codiciados por los occidentales eran plata, oro y cobre, mientras que Japón importaba seda china y otros tejidos de calidad, pieles, medicinas, azúcar y, sobre todo, armas de fuego.

Ashigaru disparando arcabuces TanegashimaLos primeros arcabuces fueron introducidos en Japón desde la primera arribada portuguesa, extendiéndose muy pronto su uso y fabricación, pues ya en 1549 encontramos los primeros arcabuces de fabricación japonesa (apodados «Tanegashima», como la isla donde por primera vez arribaron los occidentales). Entre los primeros daimyô que adoptaron las armas de fuego europeas en sus ejércitos encontramos a Oda Nobunaga, pues ya en 1553 contaba con 500 arcabuceros empuñando las nuevas armas que su padre Nobuhide ordenó fabricar en 1549 y que muy pronto iban a demostrar su valía. Aunque también se empezó a comprender la utilidad de la artillería en los campos de batalla y asedios, no parece, sin embargo, que su difusión tuviera la misma magnitud que la que experimentaron las armas de fuego manuales.

Franciscus_de_XabierJunto con los comerciantes, en 1549 llegaba San Francisco Javier al Japón. Tras obtener el permiso del Shogunato Ashikaga, este jesuita comenzó una labor evangelizadora que encontró una favorable acogida, especialmente, entre los daimyô de Kyûshû, quienes estaban convencidos de que brindando su protección a los misioneros cristianos podrían beneficiarse de mejores tratos comerciales con los europeos. Incluso Oda Nobunaga se mostró favorable con los misioneros para acabar con sus adversarios budistas en 1560. De tal manera se extendió el cristianismo (desde Kyûshû hasta Kinki) que, a la altura de 1582, se calcula que había en Japón unos 150.000 cristianos, cifra que en 1614 se había multiplicado, ascendiendo a un número que oscila entre los 300.000 y los 700.000, según las fuentes. En todo caso, en este último año, los kirishitan daimyô y los demás cristianos ya habían despertado los recelos del Shogunato Tokugawa (se sospechaba de su lealtad), por lo que se procedió a prohibir el cristianismo, aunque ya con anterioridad Hideyoshi había tomado algunas medidas restrictivas al respecto.

Bibliografía

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KONDO, Agustín Y., Japón. Evolución histórica de un pueblo (hasta 1650), Hondarribia: Nerea, 1999.

TURNBULL, Stephen, Samuráis: La historia de los grandes guerreros de Japón, Madrid: Libsa, 2006.

Fotografías e ilustraciones: Wikipedia, Wikimedia Commons.

 

 

El Bakufu Kamakura

El nuevo sistema de gobierno inaugurado por Minamoto Yoritomo tras sus victorias de 1185 combinaba el poder de facto en manos militares con el mantenimiento de la figura del emperador, quien, a pesar de ser desposeído del poder ejecutivo, continuaría ejerciendo funciones rituales y representativas que no perdería nunca. Aunque a partir de este momento se viene calificando al sistema de gobierno como feudal, hay que advertir que tal sistema no puede equipararse por completo al feudalismo europeo, ya que, si bien es cierto que en el Japón medieval se dieron vínculos de vasallaje y dependencia al establecerse relaciones amo-vasallo o señor-siervo, éstos se basaban en vínculos morales y de fidelidad transmitidos hereditariamente y fundamentados en un código moral, por los que el señor no estaba obligado a entregar feudos a sus vasallos, al menos en un principio, pues sólo con el tiempo se impondría esta práctica y siempre de manera irregular.

Emperor_Go-TobaEn cualquier caso, el poder de los Minamoto pronto se vio eclipsado pues, tras morir Yoritomo, el poder efectivo rápidamente pasaría a manos de la familia de su esposa Masako, el clan Hôjô, cuyos miembros, a partir de entonces, ejercerían como regentes de los shogunes, quedando reducidos éstos a meras marionetas. La inestable situación política estallaría cuando el emperador retirado Go-Toba (1198-1221), con el objeto de recuperar el poder de la Casa Imperial, iniciara un levantamiento apoyado por los señores militares de la zona occidental (Kyôto). En el 1221 daba así comienzo la Rebelión Shôgyû (Shôgyû no Ran). La facción imperial fue rápidamente vencida, como consecuencia de lo cual, Go-Toba fue condenado al exilio, quedando el clan Hôjô firmemente afianzado en el poder por el reforzamiento del gobierno Kamakura y gracias también en parte a las extensas propiedades confiscadas a los rebeldes.

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No obstante, el mayor peligro para el Shogunato Minamoto vendría del exterior. Una vez sometida la mayor parte del continente chino, Khublai Khan se propuso también subyugar al Japón. Desoídos por los nipones los repetidos requerimientos de sumisión, el emperador mongol envió una fuerza expedicionaria a la conquista de Japón en 1274, recalando la flota invasora en la bahía de Hakata (actual Fukuoka). Los japoneses, a pesar de que las armas no les fueron excesivamente favorables, lograron repeler a las tropas mongolas, pues contaron con la ayuda inesperada de un tifón que obligó al ejército invasor a replegarse y regresar al continente a bordo de lo que les quedó de flota. Los favorables efectos que tuvo la tormenta hicieron pensar a los japoneses que fue enviada por intervención divina, por lo que recibió el nombre de kamikaze, “viento divino”. Un segundo ataque mongol arribó en 1281 al norte de Kyûshû, pero se evitó la conquista nuevamente gracias a las tempestades que se desataron. Sería ésta la última vez que desde el continente se enviaran fuerzas expedicionarias.

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Sin embargo, a pesar de que acabó en fracaso, los ataques mongoles tendrían unas consecuencias imprevistas para el Bakufu Kamakura. Los esfuerzos defensivos realizados para rechazar las invasiones trajeron la ruina financiera del gobierno, que fue incapaz de recompensar adecuadamente a los guerreros que habían intervenido en las campañas. Además, los militares se vieron afectados por el aumento de la inflación, provocada por el impulso que tomaba la economía monetaria, la importación de dinero chino y el aumento del precio del arroz. A pesar de que el gobierno tomó medidas para paliar la difícil situación que atravesaba la endeudada clase militar, el descontento de los samuráis iba en aumento. Aprovechando la favorable coyuntura que se le presentaba, el emperador Go-Daigo (1288-1339) organizó un levantamiento contra el clan Hôjô y contra el Bakufu. No obstante, pronto, ante el avance de las fuerzas del clan Hôjô, Go-Daigo se vio obligado a huir de Kyôto y, tomando consigo las Insignias Imperiales, buscó el apoyo de los monjes guerreros en las cercanías de Kyôto.

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Cuando los Hôjô tuvieron la certeza de que las negociaciones no iban a dar resultado y de que Go-Daigo no iba a abdicar, lo depusieron en favor de otro miembro de la Familia Imperial, que sin embargo, no pudo ser entronizado al no poder contar para la ceremonia con las Insignias Imperiales. Es en estos momentos cuando comienza a despuntar la figura de Kusunoki Masashige, gran guerrero e infatigable defensor del legítimo emperador Go-Daigo y de su hijo, el príncipe Morinaga. El gran valor y coraje demostrado por este samurai incitaron a Go-Daigo a regresar en 1331. Pese a que, en ese momento, cuando se proponía reunirse con Masashige y su hijo Morinaga, Go-Daigo fue capturado y exiliado a la isla de Oki en 1332, será a partir de esta fecha cuando la participación de otros dos grandes señores desencadenen el final de la contienda.

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Se trata de Ashikaga Takauji (1305-1358) y Nitta Yoshisada (1301-1338). El primero de ellos en un principio fue enviado por el clan Hôjô contra el emperador, si bien, comprendiendo que le resultaría más favorable a su destino (pues estaba emparentado con los Minamoto y, por tanto, podía aspirar al cargo de shôgun), no dudó en trasladar su apoyo hacia Go-Daigo. El segundo, Nitta Yoshisada, se unió a la facción imperial en 1332. Un año después, según cuenta la leyenda, tras arrojar al mar su espada como ofrenda a la diosa Amaterasu, su ejército tomaba Kamakura. Los gobernantes Hôjô, al comprender que su derrota era inminente, se retiraron de Kamakura y se suicidaron en masa mediante seppuku. Se ponía, así, fin al gobierno Kamakura en 1333, dando comienzo a una breve restauración monárquica (pues sólo se mantendría hasta 1336) que recibió el nombre de Restauración Kenmu.

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Lamentablemente para el nuevo gobierno, Ashikaga Takauji no se sintió debidamente recompensado por sus servicios, por lo que no tardó en rebelarse, amparado en el movimiento antimonárquico que se iba extendiendo entre la clase militar. Tras hacerse con el control de Kyôto, Takauji instauró en el trono a un miembro de una rama colateral de la Familia Imperial, lo que condujo a que a partir de 1336 hubiera dos Casas reinantes en Japón, una instalada en Yoshino, en el sur, y la otra, partidaria de Ashikaga, más al norte, con sede en Kyôto. Esta situación de doble Dinastía Imperial (que se conoce como período Nanbokuchô, 南北朝時代) se mantuvo hasta 1392, fecha en la que los dos linajes llegaron a un acuerdo diplomático gracias a Yoshimitsu (1358-1408), tercer shôgun Ashikaga, aunque, en realidad, no llegó a cumplirse lo estipulado y los descendientes de la dinastía del norte son los que han venido ocupando el Trono Imperial hasta la actualidad.

Ashikaga_Takauji

Bibliografía

COLLCUT, Martin; JANSEN, Marius; KUMAKURA, Isao, Japón: el Imperio del Sol Naciente: Atlas culturales del mundo, vol. 1, Barcelona: Folio, 1995.

HANE, Mikiso,  Breve historia de Japón, Madrid: Alianza Editorial, 2006.

KONDO, Agustín Y., Japón. Evolución histórica de un pueblo (hasta 1650), Hondarribia: Nerea, 1999.

TURNBULL, Stephen, Samuráis: La historia de los grandes guerreros de Japón, Madrid: Libsa, 2006.

Fotografías e ilustraciones: Wikipedia, Wikimedia Commons, http://ukiyo-e.org

 

 

La época Heian

Llegado el año 784 la capital es trasladada por el emperador Kanmu (737-806) desde Nara a Nagaoka (provincia de Yamashiro, en el actual distrito de Kyôto) y, posteriormente, en 794, y ya de manera definitiva, a la nueva y recién planificada ciudad de Heian-kyô (Kyôto). Comenzaba así el período Heian (平安時代, Heian Jidai), que habría de durar hasta 1185.

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Paralelamente a la progresiva configuración de la sociedad prefeudal, basada en vínculos de vasallaje y en la preeminencia de la clase militar, se observa durante este período el ascenso imparable del clan de los Fujiwara, que acapararía en sus manos, de manera indiscutible, el poder político y económico, afianzado por el establecimiento de vínculos familiares con la Familia Imperial. El origen del ennoblecimiento de este poderoso clan se remonta a la concesión, por parte del emperador, del título o apellido de Fujiwara a Nakatomi (614-669), llamado posteriormente Kamatari, en reconocimiento a los servicios prestados durante la reforma Taika. Más tarde, el hijo de Kamatari, Fuhito (659-720), también intervendría en la elaboración del Código Taihô.

Fujiwara-Kamatari

Paradójicamente, las reformas precedentes basadas en el sistema Tang que pretendían reforzar el poder imperial, acabaron por provocar el efecto contrario. Los emperadores fueron delegando poderes en altos cargos burocráticos de la corte, hasta el punto de que la figura del emperador fue quedando progresivamente desposeída del poder ejecutivo a favor de los regentes, cargo que acabó siendo monopolizado por la familia Fujiwara desde finales del siglo IX.

El emperador Shirakawa (1053-1129) fue el primero que intentó enmendar esta situación. En 1086, tras trece años de reinado, abdicó en su heredero, ejerciendo a partir de entonces él mismo como regente del nuevo emperador. Se instauraba así lo que dio en llamarse “gobierno de claustro” (院政, sistema Insei) debido a la costumbre de los emperadores retirados de recluirse en un monasterio, desde donde ejercían la regencia. Esta práctica política se mantendría vigente, con algunos altibajos, hasta 1430.

Mientras esto sucedía en la corte, en las regiones periféricas y más alejadas se iba consolidando el poder de los grandes señores terratenientes, dueños de la tierra y que comenzaban a organizar sus propias milicias para la defensa de sus posesiones, pues el fracaso de las reformas Taika condujo a que la posesión de la tierra acabara en manos de un reducido grupo de privilegiados: los principales clanes provinciales, aristócratas, altos funcionarios cortesanos y monasterios budistas.

Enryakuji_Tenhorindo

Los templos y monasterios budistas habían sido muy favorecidos con donaciones desde la época Nara (especialmente los templos de Tôdai-ji y Kôkufu-ji). Ahora, tras el traslado de la corte a Kyôto, fue privilegiado el templo de Enryaku-ji, en el monte Hiei. La enemistad entre los diferentes templos por el control de nombramientos y el mantenimiento de influencia en la corte fue en aumento hasta que, mediado el siglo X,  estallaron los enfrentamientos, en los que se vieron implicados los monjes guerreros de los respectivos templos. En los intentos de frenar el avance de los monjes hacia el Palacio Imperial destacaron tanto Minamoto Yorimasa como Taira Kiyomori, máximos representantes de los dos clanes de esa nueva clase militar emergente (bushi o samurai) que a partir de este momento se disputarían el poder.

La enemistad entre estos dos linajes se remontaba al año 1016, cuando Minamoto Yorinobu, como gobernador de la provincia de Hitachi, se había encargado de sofocar la revuelta de Taira Tadatsune. Desde entonces, la rivalidad entre estas dos casas fue en aumento, en paralelo a su incremento de poder y prestigio, pues mientras los Minamoto lograron afianzar su posición en el noreste del país (región de Kantô), los Taira hacían lo propio en el oeste del Japón, destacándose en su lucha contra los piratas que infestaban el mar Interior. Ambos clanes contaron con el apoyo de dos importantes facciones cortesanas: mientras los Taira se apoyaron en la protección del emperador retirado Shirakawa, los Minamoto gozaron de la confianza de la familia Fujiwara.

Hōgen_Rebellion

La lucha por el poder en los círculos cortesanos se dirimió en el enfrentamiento que estalló entre los clanes Taira y Minamoto, que tomaron partido por sus respectivos protectores tras la crisis sucesoria de la Familia Imperial que tuvo lugar en 1156. Durante la conocida como Hôgen no Ran (Rebelión Hôgen), que habría de durar hasta 1159, Taira Kiyomori, quien tomó parte por el emperador reinante, logró vencer a Minamoto Tameyoshi y su hijo Tametomo. Otro hijo de Tameyoshi, Yoshimoto, que habría de apoyar a la facción Taira en contra de su propia familia durante la Rebelión Hôgen, protagonizaría un nuevo levantamiento en 1160 (Heiji no Ran, Rebelión Heiji), siendo finalmente vencido por Taira Kiyomori. Esta sucesión de victorias del clan Taira se vería reconocida en 1167 por la concesión del título de Daijô Daijin (Gran Ministro) a Taira Kiyomori, que acabó por controlar de facto el poder en Japón, ejerciendo un férreo control sobre toda fuerza contraria y afianzado su posición casando a su hija con el Emperador. Se consumaba de esta manera el traspaso de poder desde la corte a la clase militar.

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A la altura del año 1180 el gobierno del clan Taira habría de hacer frente a un movimiento opositor, pues en ese año estallaban las Guerras Genpei, que se prolongarían hasta 1185. Este conflicto debe su nombre a la pronunciación china de los apellidos Minamoto (Genji) y Taira (Heishi) que se enfrentaron entre sí. La rebelión estalló a la vez en dos puntos distintos y estuvo protagonizada por dos miembros de la familia Minamoto: el ya anciano Minamoto Yorimasa (que se levantó en Kyôto) y Minamoto Yoritomo (en Ize), a quien Kiyomori, en la anterior rebelión, había perdonado la vida por su corta edad. Vencida la facción de Yorimasa, la lucha se centró entre los Taira y Minamoto Yoritomo, quien finalmente se hizo con la definitiva victoria tras la batalla naval de Dan no Ura, en el estrecho de Shimonoseki, en la cual perdió la vida el niño emperador Antoku, nieto de Taira Kiyomori, al arrojarse al mar en brazos de su abuela Nii-Dono. El Heike Monogatari, que narra el ascenso y caída del clan Taira, también recoge el suicidio del emperador niño y de su abuela, así como el intento por parte de la dama de hundirse junto con las insignias imperiales, los Tres Tesoros, de los que sólo pudieron recuperarse el espejo y el joyel, si bien existe la teoría de la existencia de una réplica de la espada Kusanagi.

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Libre de enemigos y seguro de su poder, en 1192, Yoritomo se proclamó Seii Tai Shôgun, (“Gran General Apaciguador de los Bárbaros”, título cuyo origen se remontaba al 796, año en que fue concedido a Sakanoue no Tamuramaro, tras su victoria sobre los bárbaros emishi), trasladando la capitalidad a Kamakura y dando así comienzo al primer gobierno militar conocido como Shogunato o Bakufu (“gobierno de campaña”, 幕府), y que se prolongaría, bajo distintas dinastías, hasta la Restauración Meiji de 1867.

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Culturalmente el período Heian se caracterizó por el florecimiento de las artes, especialmente de las letras, en cuya apreciación dejaremos aparte las crónicas y recopilaciones que servían de justificante a la clase gobernante –el Kojiki o “Relación de hechos antiguos”, del 712, y los Nihongi o “Crónicas del Japón”, del año 720. La corte, inmersa en un mundo refinado y erudito, se convirtió en el centro cultural del país, de donde manaba una literatura de estilo aristocrático, impregnada de lo que los japoneses llaman miyabi y Donald Keene traduce como “cortesanía”.

La poesía gozaba de especial valoración en estos selectos círculos y su uso, deleite y composición no se limitaba a los enamorados, sino que se extendía a todos los miembros cortesanos, incluido el emperador. La primera recopilación poética se titula Manyôshû (“Colección de Diez Mil Hojas”) y se remonta al siglo VIII. Por su parte, del siglo X data el Kokinshû (“Colección de poemas antiguos y modernos”), antología que recoge más de cien mil waka, poema japonés de 31 sílabas nacido en el sigo IX, tras la liberación que experimentó la literatura japonesa de la excesiva influencia china.

Sin embargo, los máximos logros de las letras japonesas de este período vendrían de la mano de la prosa de varias autoras que escribieron sus obras empleando el silabario japonés (kana), pues la escritura china, considerada demasiado difícil para las mujeres, estaba reservada a los hombres, pese a la relevancia que todavía mantenía la mujer japonesa en la sociedad Heian en comparación con épocas posteriores. Entre las grandes joyas literarias de este momento destacan, pues, El libro de la almohada, de Sei Shônagon (c. 968- c. 1000 o 1025), dama de compañía de la emperatriz Teishi, y sobre todo, La Historia de Genji (Genji Monogatari), de Murasaki Shikibu (c. 975- c. 1025), dama de compañía de la emperatriz Shoshi. La Historia de Genji, escrita alrededor del año 1000, por su extensión y madurez técnica y estilística, puede ser considerada como una obra maestra de la literatura universal de todos los tiempos, además de lograr transportarnos con asombrosa nitidez al suntuoso mundo aristocrático de la corte Heian.

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Bibliografía

COLLCUT, Martin; JANSEN, Marius; KUMAKURA, Isao, Japón: el Imperio del Sol Naciente: Atlas culturales del mundo, vol. 1, Barcelona: Folio, 1995.

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KEENE, Donald, La literatura japonesa, Fondo de Cultura Económica, México, 1956.

KONDO, Agustín Y., Japón. Evolución histórica de un pueblo (hasta 1650), Hondarribia: Nerea, 1999.

SEI SHÔNAGON, El libro de la almohada, Madrid: Alianza Editorial, 2005.

SHIKIBU, Murasaki, La historia de Genji I: esplendor, Ed. Atalanta.

SHIKIBU, Murasaki, La historia de Genji II: catástrofe, Ed. Atalanta.

TURNBULL, Stephen, Samuráis: La historia de los grandes guerreros de Japón, Madrid: Libsa, 2006.

Wikipedia y Wikimedia Commons (fotografías e ilustraciones).

 

Las épocas Asuka y Nara

El gran organizador y reformador del Estado durante el período Asuka (飛鳥時代 Asuka Jidai), que se extiende desde el 552 hasta el 710, fue el príncipe Shôtoku (574-622), regente de la emperatriz Suiko (593-628), que estaba emparentada con el poderoso clan Soga, de ascendencia coreana. El príncipe Shôtoku pretendió recuperar el poder para la Casa Imperial mediante una serie de medidas de inspiración china, concretadas en la promulgación de la Constitución de los Diecisiete Artículos (año 604), precedida por la reforma de las categorías jerárquicas y administrativas. La prematura muerte del príncipe Shôtoku en 622 evitó que dichas reformas fueran consolidadas, siendo sustituidas, en cambio, por el completo dominio de los resortes gubernamentales por parte del clan Soga. Ello conduciría a un movimiento reaccionario a favor de la restauración del poder monárquico que culminaría en la llamada “reforma Taika” en el año 645. Sería a partir de este momento cuando se adopta el título de Tennô (“príncipe celestial”), de origen chino, para referirse al Emperador. Así mismo, se adopta el nombre de Nihon para referirse a Japón.

Entre los cambios culturales, destaca la introducción del budismo desde tierras continentales (el mismo príncipe Shôtoku fue un gran protector del budismo), logrando ser reconocido oficialmente al mismo nivel del recién sistematizado shintô, como muestra del peculiar carácter sincrético del pueblo japonés, que fue capaz de vivir armónicamente admitiendo ambos cultos. Si bien el confucianismo también había llegado a Japón más de dos siglos antes que el budismo, no llegaría a extenderse como doctrina oficial hasta mucho más tarde, ya bajo el gobierno de los Tokugawa.

Tras la reforma Taika de la época Asuka (600-710) se emprendieron a principios del siglo VIII las llamadas reformas Taihô, basadas en el sistema Tang chino y que pretendían la consecución de una serie de objetivos, entre los que destacan: reforma administrativa (tanto central como regional); sistematización de los impuestos; adopción de un sistema de reclutamiento militar (que sería finalmente abolido en 792 por su escasa efectividad); roturación de nuevas tierras para el cultivo; nacionalización de la tierra, que pasaba a ser de dominio absoluto del Estado, encargado de su posterior redistribución equitativa; mejora de las comunicaciones; y fijación de una capital permanente como sede del gobierno. Tras una serie de previas tentativas, finalmente, la nueva capital quedó establecida en la ciudad de Nara, cuando la emperatriz Tenmei fijó allí su residencia en el año 710. Nara sería a partir de entonces residencia oficial de emperadores hasta 784, convirtiéndose así en la primera capital permanente del Japón y dando nombre al período.

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Bibliografía

COLLCUT, Martin; JANSEN, Marius; KUMAKURA, Isao, Japón: el Imperio del Sol Naciente: Atlas culturales del mundo, vol. 1, Barcelona: Folio, 1995.

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